Libro de Dion - 8 - Los conciertos de los Portales


08 - Los conciertos de los Portales

Acomodó botellas, copas y limpió la barra dejando todo listo para volver a trabajar al anochecer. Ya no quedaba nadie en el Devil Went Down. Saludó a Bob y se marchó caminando despacio hacia su casa.

         Era bien entrada la madrugada y faltaban un par de horas para el amanecer. Se respiraba ese calor húmedo pronosticando otro día del mismo clima pesado de siempre. Comenzó el lento regresar a su casa, haciendo el mismo camino de todas las noches. Un recorrido que no era muy complicado. Llegar a la esquina, doblar a la izquierda y caminar unas cuadras por la Bourbon Street, la calle más famosa de Nueva Orleans, la calle más famosa del jazz.

Todo el jazz y todo el ruido de la noche se reúnen en el barrio francés. Caminar por la Bourbon es una experiencia singular. Todo el que llega a esta ciudad no puede abandonarla sin haber estado en la calle del jazz durante la noche. No sólo se respira jazz sino blues, rock, country. Dion caminó admirando esa música de la vida, dejándose llevar por el murmullo en el que se mezclaban miles de voces, risas, y la música que salía de cada local. Ya quedaban pocos bares abiertos pero la gente seguía dando vueltas, hipnotizados con tantas luminarias de sus aceras centenarias, muchos con el vaso de cerveza siempre vaciándose y volviéndose a llenar. Los bares abiertos invitando a quedarse, aunque sea unos pocos minutos, para disfrutar de los músicos ejerciendo su pasión. Dion sonrió. Es la vida de la noche, tan hermosa, pensaba. A pesar de tener que soportar ese olor desagradable a las aguas estancadas y la basura en las esquinas.

         Dion alquiló un departamento en un primer piso de una casona sobre la misma Bourbon Street. Un lugar muy viejo. Tan solo un ambiente, de techo alto, baño compartido con sus vecinos. No le importaba. Se sentía a gusto, y sacaba la silla al balcón para escuchar jazz mientras saboreaba un whisky o cualquier otra bebida. Se había convertido en un nochero y el amanecer lo encontraba siempre despierto.

         Pero esa noche no hizo balcón. Cerró la puerta de su departamento, tomó su notebook y se acomodó en la barra que dividía la cocina con la sala. Abrió el navegador de internet. Dos palabras hacían eco en sus pensamientos. Las había dicho el capitán del Hobron Point y ahora su amigo: raros encuentros.

         Su larga vida había sido una repetición incesante de raros encuentros. Una vez -un día- allá en el mar Mediterráneo conoció a alguien que le cambió la existencia. No sólo había logrado un cambio en su vida, sino que la perpetuó. Los raros encuentros pasaron a ser algo que dejó de ser extraordinario y fuera de lo común, para ser algo normal. Con el tiempo situaciones tan extrañas se volvieron parte de su vida, de su normalidad. Por ejemplo, ver que alguien se materializara enfrente suyo, o que desapareciera en un instante. Fenómenos que la ciencia no podía explicar, le eran cosas comunes. Hasta había perdido algo de sensibilidad en muchos aspectos de la vida. Pero era lógico: lo anormal se volvió ordinario en su vida.

         No era inmune al dolor. El sufrimiento que percibió la primera vez que una espada lo atravesara le hizo sentir el momento previo a la muerte. Pero esa aflicción se desvaneció en menos de cinco segundos. Su cuerpo se curó en un momento. Se sintió inmortal, aunque no lo era. Con el tiempo ya le era normal que se le cicatrizara cualquier herida por más profunda que sea, en tan solo un instante. De la misma manera conocer gente tan extraña no lo alteraba. Él también era uno de ellos, pero conoció a muchas personas con cualidades mucho más extraordinarias. Personajes que solo podrían ser imaginados por la mente brillante de algunos autores, como los hermanos Grimm, a quienes Dion había conocido en Alemania.

         --Tiene que haber un rastro de algunos de ellos en alguna parte –se dijo mientras la notebook ejecutaba los procesos de arranque.

         Durante muchas noches había buscado infructuosamente datos de otros centinelas. Había leído artículos interesantes, muchas veces plagados de extrema fantasía relatando encuentros con extraterrestres o civilizaciones intraterrenas. Algunas le causaban gracia y otras le parecieron bien encaminadas, pero ninguna de esas páginas le brindó una información útil que lo condujera a lo que estaba buscando.

         Raros encuentros. Las dos palabras se repetían en su mente. Buscó en Google un relato que narrara la experiencia de un encuentro de características bien extrañas. Si el capitán del Hobron Point, Gabriel Lawerence Bustos, hubiera escrito cómo lo conoció, seguramente habría titulado la nota con esas dos palabras. Mediante un simple script que había armado, Dion podía buscar en internet un texto en distintos idiomas simultáneamente. Buscaba hasta en 48 idiomas que él hablaba y leía. Escribió “raros encuentros” y presionó Enter.

         Inmediatamente saltaron los primeros resultados.  A toda velocidad comenzó a leer el extracto de cada página. Muchas hablaban de reuniones de los Illuminati, otras de encuentros del tercer tipo, pero había muy pocas que realmente le interesaran. Al clickear la vigésima octava página de resultados, leyó algo que le llamó la atención. Inmediatamente abrió el enlace que lo llevó a un blog. El blog se llamaba justamente “Raros Encuentros”, escrito en español por un tal Iván Ojeda. El cuento se llamaba como el nombre del blog. Lo leyó muy atentamente mientras lo acompañaba un blues que llegaba desde la calle.

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RAROS  ENCUENTROS ....

  Maldito auto maldito motor maldita suerte la mía ...!  Ni idea de lo q le pasa, ni sonido ni ruido ni.  De noche y en el medio de la nada. Bah, tan de la nada no, x allá muy lejos veo algunas luces q titilan... y silencio, silencio humano absoluto.  Aturde.  Pero después de un rato, ya ! Me acostumbré a las ranas, los grillos, los ....vaya a saber qué que hacen sus sonidos nocturnos.  Luciérnagas que vienen y van. Lechuzas.... Mejor me lo tomo con calma xq x este camino rural no pasa nadie hasta q los gringos se levanten .  Estoy muy cómodo en el asiento del auto bien reclinado para dormir...
   Un sonido muy suave.... muy lento - como un gemido - laaaaargo.... se repite.... otro tono, y no estoy soñando: me despertó una guitarra eléctrica en el medio del campo! Q locura no puede ser.  Y sigue. Pero no veo quién o qué.  Dudo sobre si oigo bien si me desperté si sigo soñando si me volví loco si fui abducido ... Salgo del auto y sigilosamente me dirijo hacia la música, apenas se distingue la línea del horizonte, nada más.
    Voy x la banquina de tierra x las dudas.... hay algunos arbolitos y pastos altos, y me pasa sin verme una camioneta con luces de posición solamente.  La música sigue. Ya no se oye la camioneta, pero sí ruge una moto (o dos?).  Eran varias, pero pararon en algún lugar q no alcanzo a ver desde donde estoy, y aunque la curiosidad mató al gato, me muevo muy despacio sin ruido hacia un grupo de árboles q hay más adelante a un costado de la ruta.
     La melodía es más intensa... pero pero pero.... hay más instrumentos!!! ya no es sólo la guitarra.   No soy un entendido en esto de reconocer las melodías...pero esto se parece a un blues... de los antiguos, eso q se escuchaba hace unos 70, 80 años atrás... Llego al montecito y veo. Y no lo puedo creer!!!  Un viejo en una piedra grande sentado con la guitarra, y varios otros ...hombres, mujeres  - apenas recortadas sus siluetas - dispersos pero cercanos y cada uno cerca de su vehículo y con algo en las manos.  No hablan.  El de la guitarra sigue tocando, pero ahora se fueron sumando otros instrumentos.  Maravilla del cielo !!! nunca imaginé algo como esto, y eso q vivo de inventar cosas.... Es un concierto… Una zapada!!!!!! eso sí lo reconozco y estos tipos son  increíbles... mejores q lo mejor q vi sobre un escenario !
     Me quedé unas horas mientras amanecía, disfrutando de algo excepcional.  Increíble.  Se reunió un grupo de más de diez personas-músicos : guitarras, bajos, armónicas, algún teclado, percusión.... sin dirigirse la palabra, sin director, sumándose a medida q llegaban... lo mejor que escuché en mi vida.   Por puro respeto nomás, más silencioso que un felino me fui yendo hacia mi inútil auto.  Y le agradecí a la vida, esta causalidad, que me permitió conocer lo que escuchan los dioses....
     Ya de vuelta en la redacción, escribo y cuento.  Y como era de esperarse, nadie me cree.

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         Al terminar de leerlo se frotó la cara y volvió a tomar un buen trago de whisky. Se levantó de la silla y comenzó a caminar por la sala. Abrió la ventana. Bourbon seguía ronroneando, aunque pocos quedaban en pie y muchos bares estaban con las puertas cerradas. La noche se estaba muriendo...

         Dion sintió una rara emoción, mezcla de nerviosismo y alegría. Esa sensación de saber que algo bueno pasaría. Volver a creer que los vientos cambiarían para empujar su barco hacia Polaris. Pudo notar que su cuerpo cambiaba de temperatura, consecuencia inmediata de un disparo de adrenalina. Sentir su sangre fluyendo con más potencia como si una gran bomba hidráulica se hubiera puesto a funcionar después de mucho tiempo.

         Una estampida de recuerdos ocupó su mente.

         Recordó la primera vez que se reunió con otros como él en un lugar muy especial al norte de Chile. Aquel encuentro se realizó en el Pukará de Quitor, en la entrada a unos de los lugares más áridos del mundo: el desierto de Atacama. Un lugar único, alejado de todo. No supo quién lo había organizado.

Dion se encontraba en Sudamérica esos días y le había llegado la noticia de que centinelas y algunos otros llevarían sus instrumentos para realizar lo que a lo largo de siglos habían llamado algo así como los “Conciertos de los Portales”. Comenzaron en algún lapso del medioevo como una simple reunión de algunos centinelas que compartían la pasión por la música. Así se crearon estos grupos de afinidad. Se reunían en lugares a cielo abierto, comenzando exactamente a la  medianoche. No había nada programado, nada ensayado. Simplemente era una reunión de gente que compartían el amor por la música, al arte creado por las musas. Los integrantes a veces ni se conocían. Llegaban al lugar pactado llevando cada uno su instrumento, y otros simplemente su garganta. Nadie dirigía la sesión, no había una partitura, nada. Una simple zapada. Alguno comenzaba a tocar, luego el resto se acoplaba, otro cantaba en lenguas extrañas, nada ni nadie interrumpía la ejecución de esa música. El concierto finalizaba con el primer rayo de sol. Luego cada uno recogía lo suyo, y se marchaba por el mismo lugar de donde había llegado. Nadie hablaba con nadie. Ni se saludaban. Nadie preguntaba por el nombre del otro. No era algo que se había estipulado como una regla, ni había un código. Simplemente se hacía así.  Lo que hablaba era la música. Nunca se llevaron registros de estos conciertos. Lo que allí se ejecutaba era para el propio placer de los integrantes, o como dijera el autor de la nota del blog, para que escucharan los dioses. Dion había oído una historia hace mucho tiempo que en esas reuniones medievales llevaban laudes, tamboriles, viejos instrumentos de cuerda y flautas. Las leyendas hablaban de un flautista que siempre iba a esos conciertos del Portal. Uno de los hermanos Grimm le había contado que era el mismo músico que las leyendas alemanas lo habían bautizado como El Cazador de Ratas y que luego con su hermano lo inmortalizaran en un cuento que llamaron El Flautista de Hamelin.

         Cuando a Dion le llegó la invitación solo le dijeron “ven al concierto del portal en Pukará de Quitor”. Era una noche de la primavera durante los años ochenta del siglo XIX. Dion había llevado una guitarra española. Allí fue la primera vez que formó parte de este rito dedicado a los dioses de la música. Guitarras, violines, tambores. Dion observaba a sus compañeros bajo la luz de la luna. También se sintió observado. Quizás él no era el único que se reunía por primera vez. Lo tentaba la curiosidad de saber sobre la vida de los otros. Luego de unos minutos se conectó con las seis cuerdas de su guitarra y se concentró en la música que fluía casi de forma mágica entre los integrantes de aquella noche. Cuando el primer rayo de sol asomó por detrás de la montaña, cada uno subió a su caballo y encaminaron el regreso. Dion vio que todos tomaban un rumbo diferente. Él se quedó solo entre las ruinas del pucará hasta bien entrada la mañana para luego colgar su guitarra, acomodarse el sombrero, montar su caballo y volver al Perú.

         La última vez que acudió a uno de estos conciertos fue una noche de rock y blues. Había sido en la Patagonia, cerca del bosque petrificado. Era una calurosa noche en el verano de 1973. Dion llegó en moto, como la mayoría de los nueve que esa noche integraron esa magnífica banda. Uno llevó un viejo Jeep donde cargaba su batería. Conectaron sus instrumentos eléctricos a unos simples amplificadores y fue Dion que comenzó a tocar su guitarra justo a medianoche. Fue un riff improvisado, luego se unieron todos los demás. De un rock suave, pasaron al blues, y durante horas nadie dejó de tocar.

         Su vida en Japón y las navegaciones en el Horus lo alejaron de esos encuentros.

         La nota que acababa de leer en el blog de Ojeda fue tal cual lo que había vivido esa noche en la Patagonia. Tienen que ser ellos dijo en voz baja mirando a los pocos que aun caminaban por Bourbon Street.
         Volvió a su notebook. La alegría se tornó ansiedad por conocer todo. Quería leer más y saber quién era el autor. La información en el blog lo ayudó. El autor se llamaba Iván Ojeda, de nacionalidad argentina, de ocupación periodista en un importante diario de Buenos Aires. Siguió googleando sobre Iván. Descubrió que publicaba columnas semanales sobre temática de interés general, tanto en el diario de papel como en la página digital. Como una actividad paralela, Ojeda había creado ese blog, pero sólo para narrar esas historias fuera de lo común al que tituló Raros Encuentros.

         --Este tipo conoce a la gente que yo necesito encontrar.

         Dion no tenía apuro. Aún le quedaban un par de décadas por delante. Sabía que el poder de las semillas seguía activo. Pero las semillas las había perdido. El blog de Ojeda le indicaba por dónde debía comenzar la búsqueda.  Una sonrisa se dibujaba en su rostro.

         Hizo click con el mouse para seguir leyendo. Mientras lo hacía, el viejo navegante griego preparaba mentalmente su próximo destino: llegar al puerto de Buenos Aires.



FIN

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