Libro de Dion - 7 - En donde ha caído el diablo
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– En donde ha caído el diablo
No se puede tocar blues en los
salones del Palacio de Versalles. No es que se lo prohíba, simplemente es
imposible que -en salas inmensas y espejadas, con cielorrasos muy por encima de
uno y pintados con tanto detalle artístico-, se logre sentir olor a cigarro,
cerveza y calle. El blues nace en la marginalidad, es el alma de los que tienen
poco...y nada. El blues tiene ese olor a gente que trabaja, que bebe, que fuma.
El blues debe ser interpretado -y respirado- por y para esa misma clase de
gente. Por eso el blues nació allí, donde muere el Mississippi.
Esa mezcla se conjuga perfectamente en
un bar llamado Devil Went Down. Un amplio salón, mesas chicas, sillas de madera
-algunas casi que no pueden sostener a nadie-, paredes sobrecargadas de fotos,
señales de ruta, chapas de patentes, discos de vinilo, viejas armónicas, un
techo bajo, luces pobres y un escenario donde noche tras noche se celebra la
misa del blues, del country y del rock. Hombres y mujeres cantan. Canta el que
sabe -y el que no sabe, también- con voces quebradas, gritos, tabaco y
alcohol. En los bares no se busca la
perfección, ni siquiera que los instrumentos ni las voces afinen. Acá solo se
pide vivir, y olvidar la vida, tan sólo por un rato...cada noche.
Devil Went Down está ubicado en el
barrio francés, el histórico centro de New Orleans, estado de Luisiana, Estados
Unidos. A pocos metros de la Bourbon Street, allí donde los bares más grandes
de blues y los músicos más grandes se dan cita. En ese bar casi escondido se
reúnen los “neorleanos”, aquellos habitantes de la Nueva Orleans, y no es lugar
donde las agencias de turismo envían a sus clientes. El Devil's bien podría dar
justificación a su nombre, ese lugar donde ha bajado el mismísimo diablo y del
que no tiene la más mínima intención de irse.
Cerca de las 2 de la mañana, ha corrido
mucha cerveza y whisky en los ríos del Devil's. El encargado del local subió al
pequeño escenario, se acomodó frente al micrófono y potenció su garganta para
que todos lo oigan.
--Lo voy a presentar una vez más. Yo sé
que muchos de ustedes son nuevos clientes y sé también por qué vienen: para ver
en Devil's las mujeres más lindas de Luisiana, y por el otro lado, para
escucharlo a él. Voy a repetir esta historia cada noche..
Algunas papas fritas volaron hacia el
escenario.
--¡Bob! --gritó un cliente algo
borracho a esa altura-- ¡¡¡Ya te escuchamos mil veces, sabemos la historia de
memoria!!!
--No me importa –respondió el dueño del
Devil's mientras seguía esquivando todo lo que le tiraban--. Una tarde llegó de
la nada, con un horrible sombrero de mimbre y me pidió trabajo. ¿Qué mierda
sabes hacer? le pregunté. Detrás de esa barba miró la barra, las mesas, el
techo, las paredes, el piso y me dijo: Sé preparar tragos, cómo recomponer
muebles, cómo arreglar el techo, sé pintar paredes y limpiar el piso. Después
miró una guitarra. Y agregó: Sé tocar blues. Antes de darle un cepillo, le di
la guitarra. El tipo se acomodó y después de que tocara una simple nota, le
dije que se quedara para siempre. Hizo una pausa, miró al mostrador y lo
señaló: Acá está el mejor bartender de New Orleans y el mejor músico de todo el
maldito sur. Con ustedes: ¡¡Dion!!
Aplausos de los cuatro costados
colmaron el local, cuando el que atendía en la barra se soltó el pelo y avanzó
con una Gibson Les Pauls en mano hacia el escenario, cruzándose con Bob en un
fuerte choque de palmas. Este músico que se hacía llamar Dion se paró en el
centro, una sola luz lo iluminaba, conectó el cable de la guitarra al
amplificador, acomodó el micrófono y dio la bienvenida a toda la gente con su
clásico saludo de cada noche:
--¿Qué carajos están haciendo acá?
Comenzó a tocar el primer acorde del
Bartender's Blues, compuesto por James Taylor, para luego dejar fluir las
palabras que definían su vida:
“Bien, solo soy un bartender,
y no me gusta mi trabajo
ni tampoco el dinero en absoluto.
He visto muchas caras tristes
y muchos dramas de los cuales no pueden
escapar.
Pero tengo a mi alrededor cuatro
paredes que sostienen mi vida
para evitar que vaya por el mal camino.
Y a un ángel de este honky-tonk,
que me sostiene fuerte para evitar que
me escape.”
Cuando dijo esta última frase miró a
Bob y le guiñó el ojo. Los aplausos llenaron el bar. La voz de Dion y su Gibson
sonaron como una orquesta completa, no se necesitaba bajo ni batería. Más de
una voz entre la gente le hicieron de coro. Cantó canciones que llenaron el
espíritu y dieron gasolina al tanque de la vida. Canciones de Ry Cooder, John
Lee Hooker, Jimmy Hendrix, un par de canciones que nadie había escuchado antes
-que muchos juraron ser las mejores que habían disfrutado jamás-, y cuando
terminó de tocar “Jumpin' at shadows” de Gary Moore, una voz gritó desde el
fondo:
--¡Nada mal por haber sido un náufrago!
El hombre de la guitarra enfocó la
mirada hacia el fondo y vio sentado a un viejo amigo.
--Esta última va dedicada al capitán
–dijo y comenzó a tocar “Sentado en el muelle de la bahía”. Una ovación cerró
el pequeño gran concierto.
En la última mesa del bar estaba
sentado Gabriel Lawrence Bustos, sin compañía, disfrutando del ambiente y de un
whisky. Aquella canción de Otis Reeding lo llevó a su infancia en Maui cuando
iba caminando hasta el muelle en el puerto. Allí pasaba casi todo el día
observando los barcos. Larry, como lo llamaban sus padres, sonreía. La canción
que llegaba desde el escenario lo conmovió.
El hombre de barba y pelo largo bajó
del escenario, saludó a muchos. Se acercó a Bob y le preguntó algo al oído. El
dueño del bar le respondió con un gesto afirmativo. El hombre de la guitarra se sirvió una medida
doble del mejor whisky. Luego caminó hacia el fondo, tomó la silla que estaba
vacía en la última mesa.
--¿Puedo? --le preguntó a Bustos.
--Por lo visto el jefe te lo ha
permitido. No lo voy a contradecir.
El capitán del Hobron Point se levantó
y se abrazaron.
--¿Qué carajos está haciendo acá, señor
Howard Fraser?
Los dos rieron y se sentaron.
--Ya lo ves... desde barrer los pisos
hasta entretener a los parroquianos. Y disfrutar de momentos como este...
¡Salud!
Ambos chocaron sus vasos brindando con
un largo trago.
--Cada vez que nos encontramos
repetimos la mística: beber whisky –acotó Dion mientras sujetaba sus cabellos
con una cinta-. Como aquella vez en mi balsa…
--Imposible olvidarlo, imposible
–respondió Gabriel--. Dime, ¿ahora te haces llamar Dion?
--Ah... si... –se secó la boca con el
dorso de la mano--, es mi nombre artístico. Me gusta, es corto, fácil, y es en
honor a un gran músico: Dion DiMucci.
--Pues... no lo he escuchado.
--Pues... ¡deberías!
--Pues... me ha bastado con escucharte
a ti. ¡Mierda, eres realmente bueno!
--No, por favor, solo doy lo que tengo
adentro: sentimientos. Si sabes entonar, aunque sea un poco, sabes cómo poner
los dedos en la guitarra y expresar todo lo que llevas adentro, ésa es la
combinación perfecta para un buen músico. --Apoyó el vaso a un lado y miró al
capitán--. Acá nadie me conoce como Howard. Para todos soy Dion.
Bustos recorrió con la vista a todo el
bar.
--Así que el náufrago ha decidido venir
al delta del Mississippi. ¿Por qué este lugar, Dion?
--No sé. Yo había pasado por acá, antes
del 2005. Me había fascinado el blues, el jazz, las tradiciones de los negros,
tanta magia... Cuando pasó el Katrina y destruyó todo, yo estaba muy lejos. Así
es que tenía algo pendiente con esta tierra. Han pasado algunos años, y aún hay
cosas que reconstruir. Imagínate el ochenta por ciento de la ciudad bajo
agua... ¡Desapareció la mitad de la población! ¿Crees que se reconstruye en un
par de años? No. Pero es de no creer las cosas que la gente ha hecho por la gente.
Gracias a ellos Orleans sigue viva. Yo quiero ayudar, lo hago a mi manera. Por
eso estoy aquí. Ya va a hacer cerca de un año... --hizo una pausa--. Yo sé lo
que es perder amigos y familia... yo sé –su voz estuvo a punto de quebrarse
pero Dion se repuso y levantó el vaso--. ¡Pero ahora brindemos por la vida!
--Y por Morgan Robinson que te ha
facilitado los documentos.
Dion sonrió. La ayuda que le había dado
el capitán fue de vital importancia para poder permanecer en los Estados Unidos
de América en forma legal. Bustos conocía a un tránsfuga, uno de los fuera de
la ley, pero que de tanto ayudar a la gente haciendo trampas legales, se ganó
la amistad de muchos, entre ellos la del capitán. Bustos contactó a Morgan
Robinson -que por supuesto no era su verdadero nombre, -para tramitarle a
Howard Fraser-que tampoco era su verdadero nombre- algunos documentos. Eso le
había permitido a Dion conseguir el trabajo y poder alquilar una humilde
vivienda muy cerca del río, además de comprar una notebook.
--Gracias Larry por venir –un sonriente
Dion apoyó el brazo sobre el del capitán--. ¿Hace cuánto tiempo te envié el e-mail?
--Largos meses, no sé. Me hiciste reír.
“Cuando el Hobron se dé una vuelta por el Caribe amarra en el puerto de Orleans
y búscame dónde ha caído el diablo”. Jaaaa ja!!!!!, ¡Me has enviado un mensaje
con enigmas! Por suerte sabía de tu pasión por la música, así que fue sólo
buscar un antro como éste que se llamara Devil Went Down.
El diálogo continuó un buen rato, entre
temas triviales como las mujeres, los gustos musicales, la navegación. Dion fue
feliz, pero se cuidó de relatar su historia de miles de años, de batallas,
tsunamis, centinelas. Pidieron una segunda vuelta de scotch que por supuesto la
casa invitó. El alcohol comenzó a ablandar al capitán Bustos, sus sentimientos
comenzaron a fluir sin ningún filtro.
--Howard o como mierda te llames, creo
que ni el pobre diablo que está por aquí lo sabe. Pero escúchame un rato más,
aunque ya quieras volver a tu barra o cortejar alguna sucia mujer. Escúchame.
Sabes que soy hosco, casi no tengo amigos. Muchas veces mirando el mar -porque
otra cosa no puedes mirar desde un maldito carguero en medio del Pacífico-
digo, muchas veces me pregunto lo mismo: si es el mundo que me queda tan
lejos... --volvió a dar un sorbo-- o soy yo que quiere que el mundo se aparte
de mí. Y sí, creo que es lo segundo ¿sabes? Creo que yo... y vos somos de esa
especie, amigo. Queremos ser libres, amamos este planeta y a esta gente tan
loca. Pero claro, hay días en que quiero que la gente se quede bien lejos.
Un grupo de jóvenes comenzó a tocar
rock y muchos se pusieron a bailar, incluso arriba de las mesas. Gabriel Bustos
los observó.
--No parás nunca de buscar la felicidad
y cuando la encontrás... supongo que te morís antes. Okay, ya digo cosas sin
sentido, pero como te decía que siempre estoy alejándome de todos. Tengo días
en que prefiero hablar con delfines. Por eso... por eso, repito, debo agradecer
hoy a la maldita vida por esta rareza. Conseguir un amigo a esta altura de la
vida, es raro, muy raro. Podemos conocer personas que nos acompañan, en donde
nos meamos de la risa, nos emborrachamos. Pero, ¿son amigos? No, no, no.... Los
amigos los hacemos cuando somos niños, después es... es muy raro. ¡No me sale otra
maldita palabra! Y no me contradigas pues haber comenzado una amistad en medio
del Pacifico en una balsa hecha de basura y tomando un whisky bajo el sol... ¿qué
quieres que te diga? Fue el encuentro más raro que he tenido!!!!
Se puso de pie e invitó a Dion
hacer lo mismo.
--Dion, Howard, o como el
diablo te llame, brindo por nuestra amistad y por este raro encuentro.
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